viernes, 9 de agosto de 2013

Horizonte volátil, sensaciones agridulces



(...viene de Arriba el rocío, por debajo, cristalizaciones, primera entrega).

Ojos rojos, ardorosos, la cabeza embotada por el sueño interrumpido. La boca seca, pastosa, con una sed crónica, le daba la certeza de que hubiera deseado por todos los santos que ese teléfono no hubiera sonado; lo que fuera que estuviera soñando (movimientos fréneticos de una escoba contra una pared, una danza de ballet suspendida en el aire... quién sabe qué, lo que fuera...) era preferible a estar despierto en ese momento.
Una voz amiga se escuchó desde el otro lado del tubo y las palabras que sonó, fueron de consuelo en ese momento tan escurridizo para L.
- "No es para tanto. No te sientas frustrado. Siempre es lo mismo ¿No te das cuenta de que la desesperación no te lleva a nada? Solo provoca la autodestrucción, como si te prendieras fuego a lo bonzo; solo que vos mismo diste por perdida la guerra y todavía tenés mucho a tu favor".
Se despidieron cordialmente y se prometieron un cortado en el Café Río al día siguiente, como para discutir que si el 4-4-2 o el 3-5-1 convienen más que el 4-3-3 y ponerse al día con las novedades. Un grito áspero y prolongado se apoderó de L.
Emilia: ¡Oh! ¿Para qué empiezas? ¡Bien sabes que no nos mordemos la lengua!
Eduardo: Lo que digo es que tiene razón mamá. Damián ha debido venir a esta casa. Lo que había de gastar en otra parte lo gastaría con nosotros y salvamos la petiza.
Emilia: ¡Muy bonito es vivir de limosna! Vos para los negocios tenés un sentido práctico admirable.
Laura: Limosna, no. Retribución de servicios, en todo caso.
Eduardo: Peor es vivir del cuento.
Emilia: ¡Cuándo no habías de salir con alguna patochada, guarango!
Eduardo: ¿Para qué tanto orgullo, entonces?
Emilia: Tengo en qué fundarlo, ¿sabés?
Eduardo: ¡Miseria!
Emilia: Vergüenza y delicadeza. Todo lo que a vos te falta.
Eduardo: ¡Callate, idiota!
Emilia: ¡Andá a trabajar!... ¡Será mejor!
Eduardo: ¿Para mantenerlas a ustedes? ¿Para costearles los lujos y la parada?... ¡Se acabó el tiempo de los zonzos!
Emilia: ¡Zángano!
"En familia", Florencio Sánchez, 1905. ¡Zángano! ¡Zángano! ¡Zángano! De repente el eco se apagó, voluntariamente. Como quien presiona un interruptor. L. guardó el libro en su valija y salió a la calle sin más demoras. Después de todo, el exterior no iba a estar esperándolo todo el día.

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