viernes, 23 de agosto de 2013

El viejo juego del...



(Viene de...)
Acorralados en un rincón, sin aparente escapatoria. Algunos corren por sus vidas y otros caen, presos de la parálisis que les produce el pánico y la impotencia de encontrarse inevitablemente al acecho, entre la espada y la pared. Ellas, en cambio, consiguen dejar a su perseguidor rezagado en la carrera, casi al borde de hacerle morder el polvo de la derrota... pero es solo cuestión de tiempo para que sean alcanzadas y sucumban al hipnótico poder, a la terrorífica seducción de su golpe mortal.
Un hueco en la pared pareciera ser la salvación tan anhelada, el bálsamo al que tanto ellos como ellas esperan llegar antes de que sea demasiado tarde. La primera en caer es justamente la más atractiva para el perseguidor. A la hora de conseguir su presa, no se anda con chiquitas. Sin mediar sonido alguno, la olfatea, la lame, la recorre de la cabeza hasta los pies, para devorarla depacio, sin apuros, como quien celebra y saborea la conquista que se sabía suya de un principio.
L. lo observa distraído, apartando la vista de algún punto distante en su ventana hacia el verde paisaje.
- "¡Ceniza, seguí así, no te vayas a saciar todavía. Tenes mucho trabajo que hacer y comida con la que entretenerte!".
Luego de devorar casi la totalidad de la rata que cayó bajo sus garras, el escuálido y grisáceo gato de L., siguió corretenado por los amplios corredores de la vieja casona.  

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